ESTO ES
TUYO. Las emociones y el reflejo.
Conocer
cada emoción y la parte del cuerpo en la que late más fuerte para avisarnos de
su presencia, es un gran descubrimiento.
Desde ahí, podemos identificar su
mensaje y gestionarlo. Todas valen y, lo más importante, nos completan y son
amigas.
Hace
poco me pasó con la rabia. Tiene mala prensa, pero también es amiga (da mucha
fuerza, por ejemplo)
Cuando
siento rabia se me enciende el pecho, como si tuviera fuego dentro, tanto que
siento que mis sienes enrojecen, se me aprietan las mandíbulas y se me cierran
los ojos “a media asta”, generalmente subiendo el párpado inferior. ¡Ah! Sí,
las aletas de la nariz se abren y el labio superior también se tensa, como la
nuca. Entonces mi respiración se hace mucho más fuerte, mis gestos también. Esto
a veces resulta muy sutil e imperceptible, otras … otras no.
En
estos ejemplos hay algo universal y seguramente reconocible para todos y hay algo
también muy personal. Cada cuerpo es único y cada cual se entiende con el suyo.
Conocí a alguien cuya cercanía despertaba todo eso en mi cuerpo (de manera sutil).
En
apariencia esa persona es alegre, creativa, amable, generosa, disponible, un
poco desastre también y ¡maravillosa! Y lo es; no sólo en apariencia sino en
actitud. Es una persona maravillosa.
¿Entonces?
Me
imaginé alejándome. No me había hecho nada, pero dejar de compartir
experiencias me evitaría
sentir rabia. Después sentí que eso no evitaría la rabia sino que la anclaría
en mí para los restos: cada vez que viera a esa persona (que no tenía ni idea
de mis sensaciones) ardería aunque ya no compartiéramos encuentros.
Me abrí
entonces a la posibilidad de que esa rabia que yo sentía fuera algo suyo.
Efectivamente yo no había tenido ninguna experiencia negativa en esa relación.
Pensé que mi cuerpo estaba reflejando, avisándome, de una manera de vivir que
tenía ese otro ser y que despertaba algo en mí que también conecta con eso.
Entonces me dio mucha ternura. Pensé cuánto daño se
podría estar haciendo, el dolor que le habrían infligido y cuántas
conversaciones venenosas tendría para consigo si es que sentía rabia por su
ser.
Eso
sanó mi relación con ella y también con mi propia emoción. Pude
compartir y ver desde la ternura, respirar, sonreír y fluir.Ahora sí estaba preparada para decidir alejarme limpiamente.
Su
actitud y mi intuición no cambiaron. Cambié yo y cambiaron mis acciones. Cierto
es que pude decidir también, pero sin rabia, no compartir más espacios de mi
vida y poner límites.
Tiempo
después (amigo tiempo) pude comprobar que mi intuición y su rabia eran ciertas.
¿Cuántas
veces algo que no es nuestro se nos queda pegado y puede incluso fastidiarnos
la jornada, la semana, el mes, el año, la vida?
Después, eso sí, solemos
echarle la culpa al otro porque “tiene ese carácter” o “es un miedoso/un
rabioso/un desastre/un ruidoso/un… y tener que verle es que me fastidia la
vida” cuando simplemente es un reflejo de que eso también existe en nosotros.
No es mío, pero tampoco simplemente suyo.
Detectar
los comportamientos ajenos y asumirlos como tales es un gran paso.
Detectar
los propios, ser valientes para verlos, conocer cada emoción, sus mensajes en el
cuerpo y poder así gestionarlos a favor es otro.
Eso sí:
todas las emociones, sean propias o ajenas, tienen su sombra y su luz, sus
frecuencias sanas y sus frecuencias dañinas. Estamos a tiempo, somos responsables y capaces
para verlo y cambiar.
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