martes, 29 de abril de 2014

El tiempo no existe



   
 EL TIEMPO NO EXISTE



En Marruecos dicen “prisa mata…“ (La segunda parte del dicho es “…y la suegra remata”, pero aquí ya no me meto).

A mí hace mucho que me gusta crecer. 
Sé que el tiempo no solo no existe sino que no importa. No hay prisa. Es amigo.



A veces da la sensación de que se nos pasa el tiempo. No nos da el tiempo. No tenemos tiempo.


Paradójicamente es lo único y lo que más tenemos. Y podemos decidir dejar de hacer unas cosas en pro de hacer otras. Sí, a veces hay que decidir. No pasa nada. ¿Porqué decir que sí a todo y luego echarle la culpa al tiempo?


Pero… ¿Qué nos decimos que nos hace pensar así? ¿Para qué nos contamos todo eso sobre el tiempo? ¿Para qué convertirlo en enemigo?


En una de las experiencias de Movimiento Transformacional (www.movimientotransformacional.es) tuve la oportunidad de comprobarlo.

Pensé que una de las propuestas se me iba a hacer larguísima.

Cuando dejé de pensar y me entregué, aquello que en principio me parecía mucho se pasó con la sensación de haberle dedicado apenas media hora.

No había sido así, había sido efectivamente mucho más. Perdí entonces mi relación con el tiempo. Dejó de existir y se convirtió en mi aliado.


Cuando sueltas, respiras y confías simplemente pasa. Simplemente todo llega de forma inesperada y oxigenada. Simplemente eres y estás y no importa nada más y cuando pasa, es como renacer. Abrir los ojos e inspirar, levantar la vista, sonreír.


“¡Ah! Aquí estás, llegaste, llegué, aquí estoy”


Desde entonces he soñado varias veces que alguien me mete prisa para solucionar un asunto cualquiera. 
Alega que ya son las siete y en mi reloj (que en la vida despierta nunca llevo) marcan apenas las tres. Yo reacciono tranquila, me doy el tiempo necesario y la acción serena y así resuelvo el asunto soñado siempre a tiempo (y los relojes se sincronizan).


Todo puede ser una experiencia. Todo aprendizaje lleva tiempo. Todo cambio requiere tiempo. Todo descubrimiento es tiempo. Gracias, tiempo.



¿Podemos reaccionar a tiempo, con eficacia y a la vez con serenidad? Porque “serenidad” no significa lentitud y “a tiempo” no tiene por qué ir unido a la prisa.





Hace 50 años que Sir Anthony Hopkins compuso “And the waltz goes on”. Entonces lo guardó. Un día escuchó a “André Rieu & His Johann Strauss Orchestra” y supo que era la orquesta y el director que debían tocar su waltz por primera vez. 50 años después, así fue.  

martes, 22 de abril de 2014




¿DESARROLLO?





¿Salir? ¿Volver?

¿Avanzar? ¿Retroceder?

 Resulta curioso.


Y sin embargo....



...sí.

Desarrollo.

¿Cuál?

Al fin y al cabo todo es movimiento.

El desarrollo necesita movimiento.



sábado, 12 de abril de 2014

¨¿Y si cambiamos?




          
          ¿Y SI CAMBIAMOS?




El otro día estaba en 
una conversación en grupo. 


No estaba atenta a ningún participante en particular 
y lo estaba a todos a la vez. 
Me suele pasar esto si hay mucho bullicio, no soy 
muy buena para meterme 
en ruidos conversacionales 
y rápidamente empiezo a escuchar desde otro lugar.

Una especie de espacio en blanco mental que me permite estar más disponible tanto para mí como para los demás.


Así, en esa forma de atención, escuché una frase más clara que las demás: “hemos hablado con varios sitios para proponer el proyecto pero son solo ideas”. 



Miré a uno de los hombres. Estaba presentando su proyecto a un recién conocido y hacía un gesto con la mano y los hombros como de poca importancia, el torso un poco plegado sobre sí.


Le miré en silencio y con ternura, largamente. No me vio.  

Respiré profundamente y muy despacio y una distinción del lenguaje se coló en mi cabeza: ¿Y si cambiamos “son sólo ideas” por “todo son posibilidades”? 


A mí, de pensarlo, se me iluminó la cara. Decir lo mismo desde una emoción que genera acción es… decir otra cosa, generar otro mundo, que quien te escucha reciba otra emoción y se enganche contigo, se entusiasme y eso sólo puede llevar al crecimiento.


Y así, de unas a otras, nos movemos entre declaraciones más o menos generadoras. 

El poder de las Palabras  (video)




jueves, 3 de abril de 2014

Querida tristeza





QUERIDA TRISTEZA




Hace unos días estuve triste. 


¡No sabes cuánto me alegré!


En una conversación de coaching me había dado cuenta de que tiendo a teñir la tristeza de rabia (GRACIAS Elena Quevedo por facilitar el descubrimiento).


Alguien me daña y yo me enfado. Algo me duele y yo me defiendo. Algo pierdo y yo me peleo con el pasado, con el presente y con el futuro (y sí, golpeo muebles y utilizo palabrotas).


Ahora ya no. No me defiendo de la tristeza porque no hace falta. 

La tristeza nos avisa de una pérdida, no de un ataque. Sólo necesita ser vivida y mimada. 

La violencia contra la tristeza se convierte en un dolor duro y constante, en un movimiento agudo y punzante que para mí resulta difícil de transformar. Me hago un lío emocional y me cuesta desanudarlo. 


Esto en mi se refleja en mi querido hombro izquierdo y en mis riñones. Cierta molestia constante, que no llega a ser dolor ni a impedirme funcionar, me ha acompañado en varias épocas de mi vida en esas dos zonas. Son esas pequeñas molestias que normalizamos, que achacamos a la edad, a las malas posturas, al colchón, a los tacones, a la almohada (llegué a cambiar de almohada, de colchón y no suelo llevar tacones porque, sí, en realidad todo influye).


Cuando cambié de colchón, de almohada y  a pesar de los zapatos planos, descubrí que esas molestias no sanaban. Pensé que eran parte de mí. Me preparé para tenerlas a diario ahí, como se tiene la piel.


Cuando cambié de mirada sobre la tristeza, DESAPARECIERON. Hace mucho que no están. Muchísimo. Además últimamente, por circunstancias, he llevado más zapatos de tacón que nunca.


Y el otro día fui feliz por estar triste. Alguien a quien quiero mucho dijo algo que me hizo sentir juzgada, pero no me enfadé como había hecho otras veces ante el mismo juicio.

Me puse triste. Me lo dije: “Estoy triste, profundamente triste, porque siento que he perdido parte de su amor. Siento que el corazón me palpita diferente. Ahí está mi tristeza, no es rabia, no es la energía del enfado”. 


Busqué momentos para estar a solas. Cuando tuve que salir de casa a trabajar me miré un rato largo en el espejo y repetí: “Estoy triste, profundamente triste”. Mi respiración cambió, mi tono muscular también y empecé a llorar sin mucho ruido. Entonces me sonreí, me felicité y me fui a pasear con mi tristeza.

Le di su espacio, sus mimos, y el dolor fue blando y maleable, cada vez más, hasta que pude volver a llenarme de ternura. Desde ahí mantuve una conversación y un reencuentro para regenerar aquello que había sentido como pérdida.


Ya está. Sonrío.