EDUCAR PARA CRECER
Escultura creada por Alexander Milov, un artista ucraniano, para el Festival de Burning Man
Ya
está, lo voy a soltar.
Hace
muchos meses por suerte que leo en muchos lugares (también por suerte) lo
importante que es que los niños hablen de emociones.
Mucha gente (por suerte)
les apunta a talleres, cursos, campamentos, actividades artísticas y un sinfín
de tareas novedosas muy de moda y más o menos caras relacionadas con las
emociones, el aprendizaje emocional, el desarrollo personal etc…yo misma he
trabajado y creado espacios que facilitan estos encuentros tanto con niños como
con adolescentes.
Les leemos libros y vemos películas infantiles sobre emociones.
¡Es
maravilloso! Realmente funciona y me
produce una satisfacción enorme ver que la sociedad va tomando estos caminos,
que animamos a nuestros niños a sentirse completos y respetados con todo lo que
sienten.
Los niños ya lloran y las niñas ya se enfadan sin que pase nada.
Aún
queda mucho por hacer y, como dice mi abuela, “en todas casas cuecen habas y en
la tuya a calderadas” pero... ¡BIENVENIDOS! Estamos en el camino.
Todo
maravilloso. Y entonces, ¿qué es lo que voy a contar? ¿Qué pilotito rojo se me
ha encendido para hacerme saltar de la cama en una de las escasísimas y
preciadas siestas de sábado que he tenido en 6 años y tendré en los próximos…
(mejor ni pensarlo)?
¡VOSOTROS!
Todos vosotros, yo misma, nosotros. Vosotros los adultos, padres/madres
presentes o futuros que estáis leyendo esto. Yo misma, que estoy escribiendo esto. NOSOTROS.
He
saltado de la cama porque me late el corazón a todo galope cada vez que veo
un nuevo anuncio del tipo:
“¡Animemos a nuestros hijos a hablar de
emociones!”
Me
ocupo, deseo y me pregunto: “ojalá se apunten muchos niños, ojalá aprendan
mucho y de la mano de los mejores profesionales y… ¿Los padres? ¿Qué harán
mientras?”
Porque
por mucho lenguaje y gestión emocional que les enseñemos a ellos, como no
empecemos con nosotros mismos le faltará una pata al banco.
Ojalá ellos
adquieran las mejores herramientas y los cimientos más sólidos, pero ¿qué vas a
hacer tú cuando tu hijo que ha aprendido mucho sobre emociones te diga un día
claramente lo triste que se siente o lo enfadado que está?
Igual
destapo aquí una gorda como cuando te chivaron quiénes eran los reyes magos
pero es que…¡¡¡¡¡¡Las emociones son los padres!!!!!!!
Tenemos
la responsabilidad de hablar de nuestras emociones a nuestros hijos, de hacerlo
con nuestra pareja, amigos y otros familiares delante de ellos. Hemos de ser
valientes y afrontar que somos seres emocionales.
No pretendamos que las
emociones se pueden aprender como las matemáticas o los idiomas en el colegio o
en academias y luego no hace falta usarlos en casa (conozco much@s amig@s que
iban al colegio americano/alemán/ikastolas… sin que sus padres supieran ese
idioma y no pasaba nada…a lo más no podían ayudarles mucho con los deberes pero
de puertas adentro hablaban castellano y santas pascuas. Ahora son
estupend@s profesionales poliglotas.)
A lo
que voy: no pasa nada si tu hijo sabe alemán y tú no. Sí pasa si tu hijo sabe
de emociones y tú no. Nos perdemos algo importante y ellos se pierden el mayor
y mejor ejemplo que puedan tener: nosotros mejorados.
Pero es
que además, para aceptar a un ser completo con sus emociones, sus límites y limitaciones
etc…etc…primero debemos aceptarnos nosotros mismos.
Quien
no sepa decir “no” tendrá dificultades para aceptarlo cuando se lo digan (mucho
más si quien lo dice es un hijo). Quien no sepa que la rabia, el miedo o la
tristeza tienen también su mensaje en positivo, tratará de taparlas en sí y en
los demás y no tolerará ciertas expresiones.
Así, cuando un niño sabio exprese
rabia-tristeza-miedo-alegría etc… ante un adulto no tan sabio ni valiente se
encontrará con respuestas como “no llores por eso que no es importante” “no
tengas miedo por tonterías” “no rías tanto que molestas al vecino” y mandaremos
a la mierda el presupuesto anual de talleres emocionales de un plumazo.
Y eh
aquí una vez más mi machacante idea (tomada de la doctora Shefaly Tsbary):
EDUCAR PARA CRECER
Tenemos ante nosotros y gracias a ellos una gran
oportunidad de reeducarnos y reinventarnos, pero sobre todo de sanarnos.
Nacemos
completos y aceptados, lo vamos olvidando por el camino con los juicios, las
imposiciones y “las buenas enseñanzas”.
Los
talleres nos hacen más falta a nosotros que a ellos.