domingo, 13 de septiembre de 2015

EL TONTO PERICO







Hay un show chileno para niños que se llama Tikitiklip.


Les estoy muy agradecida por sus creaciones y sus canciones y por todo lo que he disfrutado con mis hijos gracias a ellas. Incluso me han salvado más de un viaje en tren en el que sólo se quedaban dormidos si yo les cantaba una y otra vez "Barco en el puerto".

Cosas de la vida, fonéticas aparte, cuando G. era pequeñito les llamaba Papapú.



Ahora que es más grande escucha las canciones hasta aprendérselas y disfrutamos mucho.


Eh aquí una que se titula “El tonto Perico” y empieza así:


"El tonto Perico tenia una jarra,
un saquito roto y una gran chupalla,
su mamá le dice anda a buscar agua
y el tonto Perico la echó en la chupalla. 
¡Perico! - le dice la mamá enojada-
tendrías que haberla echado en la jarra."


Continúa con varios ejemplos en los que Perico mete la pata y su mamá se desespera. Es divertida y…un día suscitó esta conversación: 


G: Mamá, ¿sabes por qué el tonto Perico hace todo al revés?

Yo: ¿Por qué?

G: Porque le llaman tonto…


Y ahí quedé yo, rendida ante su empatía y con una certeza más sobre las etiquetas a los niños.


Cuando les decimos estos tópicos aparentemente tan inocentes y con la mejor intención (véase “no seas malo” "anda, venga, cobardica" “no seas llorica” “no seas bruto” “no seas mandona” “qué princesita” “qué vaga”…) les estamos definiendo y a partir de ahí construyen sus acciones y por tanto su personalidad. 

Efectivamente acaban dándonos la razón y el círculo se envicia.


Gracias a esto me ha dado por pensar (y desde aquí a ello invito) cuántas veces al día les decimos estas cosas a los niños de nuestro entorno. 

¿Podríamos cambiarlas por un “te acepto como eres”?


A veces nos cuesta aceptarnos a nosotros mismos, pero siento que ahí empieza el camino para aceptar a estos pequeños que nos acompañan. 


¿Podemos cambiar las etiquetas/juicios por descripciones y aceptación? 


Esto no significa que les dejemos a su libre albedrío o que permitamos pasar por encima de ciertos límites.


El “te veo enfadado por esto y lo acepto pero no voy a permitir que me golpees” o "no por eso voy a ceder" (si estamos poniendo un límite claro que le pueda enfadar) funciona. 

El “te veo contentísimo y lo acepto, pero por favor haz menos ruido”  también. 

A partir de ahí las fórmulas son infinitas.


Porque cierto es que a veces pegan, gritan, saltan y corren cuando justo en ese momento no nos lo esperábamos o no nos vienen bien, reconozcámoslo.


ME VEO Y ME ACEPTO, TE VEO Y TE ACEPTO. 

Ahora sigamos creciendo juntos.


GRACIAS

miércoles, 10 de junio de 2015

CUANDO TE MIRÉ CORRER




CUANDO TE MIRE CORRER...

 

...ibas tras una perla. Poéticamente hablando siempre corres tras las perlas, pero esta era “de verdad”. 


Una amiga te la había regalado, blanca y redonda, pulida y completa. De plástico. Un tesoro donde los haya, un regalo de corazón.


Jugabas con tus amigos en unas escaleras, subiendo y bajando, riendo.


De repente, la perla se escurrió de entre tus manos y salió botando rumbo a la carretera.

Yo estaba pendiente del carrito de tu hermano, muy bebé y muy dormido.


En un segundo mucha información cruzó por mi mente, la peor imagen también: la perla a la carretera, tú detrás, un coche cerca.

Mi cuerpo se tensó, frené el carrito para que nada lo moviera y estuve a un segundo de salir corriendo, retenerte, coger la perla por ti y evitar la peor posibilidad.

A la vez sentí que pasaban por mi cuerpo la seguridad y la confianza. Un cálculo inconsciente de que por su fuerza y trayectoria la perla no alcanzaría la calzada. Mi oído y mi vista detectaron la manzana libre de tráfico y mi respiración me invitó a confiar en tu capacidad de detenerte a tiempo o de lograrlo. 

Veía tu cuerpo correr, capaz y resolutivo para alcanzar a tiempo tu tesoro.


Dispuesta a saltar ante el mínimo peligro, me entregué por completo a la confianza. Algo dentro de mí sabía que no debía hacerlo por ti, que lo conseguirías y que si no, si algún peligro acechaba, tu atención, tu responsabilidad y mi disposición serían capaces de contenerte a tiempo.

Así fue. Lograste atraparla airoso sin que saliera de la acera. Se destensó mi cuerpo de leona preparado para la caza. Se dibujó en el tuyo el gesto del triunfo y sin saber que te había estado observando corriste a abrazarme. Había sido un reto para los dos.


Siempre tenemos al menos dos opciones: intervenir o no. En medio hay posibilidades infinitas sobre el cuándo, el cómo, el desde dónde intervenir… o no.


Me surgen estas preguntas y a ellas invito: ¿Actuamos o reaccionamos? ¿Desde la confianza o desde el miedo?


Acompañar a crecer a los hijos supone, para mí, un viaje constante hacia la confianza. A veces tengo miedo, claro que sí, y gracias a él inicio el viaje y logro la meta.


Educar en confianza nos devuelve hijos capaces, responsables, orgullosos y, sobre todo, LIBRES. 

Puede que aquello que menos esperas sean tus propias perlas.



GRACIAS.

domingo, 26 de abril de 2015

MI MAMÁ ME MIRA




     MI MAMÁ ME MIRA...
...CON EL CORAZÓN         


 
Mira a tus hijos como te miras en el espejo. No para sacar parecidos sino para  bucear muy adentro. Mira sus reacciones y quédate un rato mirándote después. Pregúntate: ¿Qué tal tu día? Escucha cómo te hablan la mayoría de las veces, siente cómo están y así estarás. Todo está bien. Si estás mal también está bien, solo que viéndolo podrás cambiarlo y ante ti, padre/madre hay un gran espejo dispuesto a mostrarlo con plenitud. 


Tengo dos hijos: G. tiene casi 5 años y E. acaba de hacer tres meses.
En mi relación con ellos hay gente que me ha preguntado “¿Cómo se hace?”

CON EL CORAZÓN.

Desde su más tiernos días les miro desde el corazón.
Son mis grandes maestros, mi impulso a la vida, mi razón (entre muchas otras) para vivir agradecida. Siento que G. es mi maestro en la fuerza, en apostar por mi lugar, en crearme de nuevo. Siento que E. lo es en la confianza, en lo concreto, en seguir adelante. Los dos lo son en la paz y en el amor, también en el miedo.

Gracias a ellos aprendo a mirarme y sé que si algo les pasa es que mi vibración está desajustada. Sé que si pienso “ay, se va a caer” se caerá segundos después. Sé que si no lo pienso podrá evitar la caída o levantarse airoso si sucede. Así, respiro profundo y le miro correr, escalar, relacionarse, retarse…sin perderle de vista y sin intervenir (salvo emergencia).

Sé que si lloran es que estoy - aunque no lo sepa - llorando muy adentro. Entonces respiro y les hablo, buscamos posibilidades, responsabilidades y pactos y así vamos creciendo todos un poquito más, despacio, como las cosas que permanecen en la vida; construyendo una memoria celular y emocional que nos capacita y fortalece para seguir adelante.

Mi primer gran maestro ha sido G. pero son los dos con sus voces y sus ojos quienes me han presentado mi corazón, mis emociones más profundas, mi fuerza, mi sabia, mi paz absoluta, mi fragilidad. A todas y cada una les doy la bienvenida. 

Sobre cómo hablamos con el corazón no se decirlo. Simplemente ocurre. Si reclaman escucho mis latidos y respondo. Entonces todo fluye…o no (atascarse en el proceso es sólo un paso más del mismo) pero sé que si yo estoy tranquila avanzan serenos.

Sé que si el más pequeño llora, algo no estoy incluyendo bien en mí. Varias veces me han puesto ya frente a este ejemplo.

G. hace años, recién cumplidos sus tres: Me encontré por la calle a una mujer que tiempo atrás me causó dolor. Saludé al verla venir, sonreí, compartí (“todo queda y todo pasa, pero lo nuestro es pasar”) y G. en mis brazos, sin saber mi historia ni quién era aquella mujer, él que es sociable siempre, se escondió contra mi hombro: “Vámonos, mamá, ella no me gusta. Deja a mi mamá”. Sonreí y tranquilamente nos marchamos. Ya lejos le susurré “gracias…” y le abracé fuerte.
Hace unos cuantos días viví un encuentro que para mí era motivo no declarado de desajuste. G. ya es mayor y estaba rodeado de amigos. E.  lloró todo el día, nada le calmaba.
Yo fui la adulta responsable y educada que ya he aprendido a ser pero nada funcionaba con el bebé que sigue conectado a mis remolinos más profundos, aquello que late muy adentro, aquello de lo que muchas veces ni siquiera somos conscientes. Hice un ejercicio profundo de honestidad conmigo misma, paseamos, había mucho viento y hablé con los tres: con E., conmigo y con el viento. Prometí en voz alta reconocer e incluir en mí ese malestar, prometí que el viento estaba ahí para limpiarlo y nos calmamos. Sólo a partir de ese momento dejó de llorar.

Es fácil pensar que educar y criar hijos o enseñarles (cosas completamente diferentes que yo aglutino en “acompañar”) es mostrarles la vida, mostrarles o demostrarles de qué va esto, decirles cómo son las cosas, que den las gracias, que compartan, que pidan perdón para ser buenos ciudadanos por encima de todo. Que no peguen. Les pedimos todo eso, más o menos amablemente según las posibilidades y las formas de cada uno, pero… ¿predicamos con el ejemplo? 

Queremos que nuestros hijos sean buenos. A menudo, sin embargo, olvidamos que ya lo son. 




GRACIAS.

jueves, 8 de enero de 2015

Sigamos en el cuerpo



 SIGAMOS EN EL CUERPO




Hace ya unas semanas me propuse un reto: probar mi trabajo de corporalidad con niños de 4 años. 

Hablé de la idea con la profesora de infantil de un colegio público y  se mostró encantada. Tiene 26 alumnos de 4 años y me cedió un espacio de dos horas en mitad de su jornada escolar.

Preparé la sesión dando un paseo, como siempre hago, y allá me fui con todas mis ganas y mi música.

Quería explorar con ellos los diferentes centros de energía y su significado en el cuerpo. He planteado este trabajo con adultos y había tenido grupos de niños en gestión emocional y creatividad, pero esta era la primera vez que me proponía mezclarlo todo.

Para hacérselo más asequible en forma de cuento decidí apelar a que tenemos un arco iris que baila dentro de nosotros (cada centro se relaciona con uno de los colores del arco iris y se trabaja con un movimiento concreto).

 
- Mi objetivo: comprobar si mi sensación de que los niños son unos maestros de la gestión emocional y del movimiento es cierta.
(Comprobé que lo es más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar) 

- Lo que recibí: Unos niños entregados, sabios, atrevidos y atentos que disfrutaban moviendo cada centro de su cuerpo y lo reconocían perfectamente, desde la danza del guerrero hasta la quietud más absoluta y el cuidado amoroso hacia uno mismo y a los demás.

Fue hermoso verles plasmar en un dibujo de su cuerpo hecho por ellos mismos los colores del arco iris para recoger las vivencias, siendo muy gráficos a la hora de expresar sus fortalezas y sus áreas de mejora. 

Gracias "MAESTROS BAJITOS" por hacerlo realidad. 
Gracias a su profesora por ser tan buena cómplice.

Sigamos, pues, los adultos en el cuerpo, o volvamos a él. 

¡A LA VIDA CON EL CUERPO! 

 Es un maestro que te habla y te ayuda. Eres tú.

¿Lo tienes presente?  Si no... ¿En qué momento has olvidado el tuyo? ¿Os escucháis u os estorbáis? ¿Cómo puedes hacer para reencontrarte cómplice con él, leer sus mensajes y permitir que te cuide?